Total, que sigo mi espíritu aventurero y, viendo que mi compañero de habitación no se despertaba ni a tiros (nunca mejor dicho) agarro mi cámara y salgo al pasillo de la residencia. Iluminado por los destellos de luz de los relámpagos que traspasan la ventana de la puerta de emergencia de la residencia (¡toma frase hecha como el culo!) me adentro en los lavabos (¿eh?) buscando el gran ventanal que hay (¡aaah!) y dejo, amablemente, que la cámara observe primero el espectáculo, sacando el brazo por la ventana y resguardándome dentro, por si las moscas. En ese momento grabo el vídeo que podéis ver arriba. El cielo estaba negrísimo, excepto cuando los relámpagos nos deleitan con su energía inacabable. Obsérvese los momentos de iluminación del pequeño barrio que se encuentra al lado de nuestra residencia. Pobrecillo, es el que más recibe. No siendo consciente del peligro, veo caer dos relámpagos en mis narices, que pueden observarse en los segundos 38 y 47, viéndose incluso (no muy bien en este vídeo, pero superbien en el vídeo original de mejor calidad) las ramificaciones, que abrazan al destartalado barrio y lo envuelven de día en la noche. Nótense el miedo incluso de los mismos coches, que no paran de llorar haciendo sonar sus alarmas, llamando de manera infructuosa a sus respectivos amos para que los aparten de la despiadada fuerza de la naturaleza. Teniendo suficiente por el momento me dirijo a mi habitación acompañado por el concierto en do mayor (demasiado mayor) de los truenos, subo a mi litera y me vuelvo a dormir aprovechando el sonido de la lluvia, que entonces se añadía al concierto cual Rondó dirigido por una enfadada naturaleza. Consiguiendo conciliar el sueño me despierto una hora más tarde alertado por la intensidad de la lluvia que, aprovechando las rachas de viento, pretende entrar a mi habitación mediante alunizaje. Después de cerrar bien la doble protección ventanal siento una carga en la bufeta que me obliga a visitar el excusado. Al salir me encuentro con Yuta y su compi de habitación taiwanés Yong Wi que, como yo, estaban dispuestos a surfear en el mar que estaba cayendo. Propongo subir al terrado. Yuta coje su paraguas mientras yo me apodero de nuevo de mi cámara. A medida que vamos subiendo los escalones la música se convierte en ruido. El viento golpea en nuestras dormidas caras. Está cayendo granizo. Espectacular. Surfeamos ligeramente y nos dejamos llevar por la brisa mojada que nos invade. Se me acaba la batería de la cámara. Mecawenlamar. Decidimos bajar. Nos despedimos. Cuando entro a mi habitación mi compi se acaba de despertar. Intercambiamos unas impresiones sobre el concierto (que no de ronquidos) y me vuelvo rendido a la cama. Me levanto a las 11 sin poder ver las casitas de delante. No porque hayan sido destruídas por la fuerza de la naturaleza, sinó porque hay una niebla de cojones. ¡Vaya mañanita!